[Publicado en Periodico Escuela. Diciembre 2016]
Por estas fechas estamos protagonizando el final del primer trimestre del curso. Ha sido momento de no pocas carreras para alumnos y docentes que han debido evaluar su trabajo de estos meses coincidiendo con el cambio de ciclo solar. A partir del 21 de diciembre los días comienzan a ser más largos y las distintas culturas celebran la llegada de la luz con la celebración y la fiesta. También con la reflexión sobre aquello que desean cambiar en el resto del año.
Quien me conoce sabe que los momentos de “evaluación” del curso son especialmente desagradables para mí como docente.
En las semanas –tal vez meses- previos a estas fechas la vida emocional de los centros se desestabiliza de forma importante. Hay un aumento significativo del nivel de estrés tanto en el profesorado como en los alumnos y sus familias.
Los docentes deben revisar si el trabajo que han realizado hasta ahora se ajusta en tiempo y forma a lo que habían planificado. Es hora de reflexionar sobre la evolución de su grupo de alumnos; ¿cómo han cambiado desde septiembre hasta ahora? ¿las experiencias educativas que han propuesto están teniendo consecuencias visibles en el aprendizaje? ¿qué errores y aciertos hemos cometido en estos meses?.
También es un momento en el que se pone en evidencia si los cambios organizativos que se emprendieron al inicio están mejorando la vida de los equipos, si el clima de trabajo ha mejorado con ellos o bien si el esfuerzo realizado no ha aportado los beneficios esperados.
Todo ello conlleva un importante grado de estrés compartido por todos. Es un momento habitual en el que se han realizado pruebas para medir los resultados académicos obtenidos hasta la fecha. Estos deberán materializarse en la redacción de informes y boletines de calificaciones que son esperados –y tal vez temidos- por los alumnos y sus familias.
El solsticio de invierno coincide con un momento que marcará de forma importante el estado emocional de los alumnos. Muchos de ellos recibirán un fantástico refuerzo que les llevará alegres a sus casas en busca de las merecidas vacaciones de navidad. Otros deberán enfrentarse al desánimo fruto de las malas calificaciones de esta primera evaluación.
Este es el panorama más habitual que viven la mayoría de docentes, alumnos y familias de este país en estos momentos. Sin embargo hay dos cosas que me gustaría rescatar en este momento del año en el que los días comienzan a ganar la batalla a las noches:
El final del invierno abre –también en educación- la puerta a un espacio de nuevos deseos.
Sabemos que tras los días de descanso navideño se abre un largo periodo de reencuentro en el que el cambio es posible. Junto al propósito de apuntarse a un gimnasio, dejar de fumar o aprender –por fin- a tocar el piano; también nos proponemos hacer mejor nuestro trabajo. Deseamos aprender de nuestros errores o materializar algunos de los sueños que tenemos para este curso. El solsticio de invierno es ese momento mágico que nos regala el bien más preciado en educación: el tiempo para el deseo.
La otra cosa que me gusta especialmente de este momento del curso viene protagonizado con la cultura del regalo y de quién regala.
Es momento de regalos y nuestras culturas poseen uno u otro protagonista que aparece en la vida de los más pequeños ofreciendo sorpresas e ilusión. Al margen de la indeseable fiebre del consumo a la que asistimos por navidad, me gustaría rescatar aquellos personajes que –en algunas comunidades- protagonizan este hecho. Son personajes olvidados a lo largo de todo el año. En muchos casos seres huidizos y alejados de todos el resto del año. Personajes –como el Olentzero en País Vasco o el Apalpador en Galicia- que bajan de las montañas protagonizando el cambio de ciclo. Son personajes transparentes todo el año pero encienden la ilusión y el deseo de cambio. Simbolizan –para mi- aquellos docentes discretos en quien nadie repara o esos alumnos que parecen invisibles hasta entonces y llegado el solsticio de invierno se convierten en protagonistas del cambio en los centros.
Es momento de evaluar el primer trimestre y también de pensar qué escenario educativo deseas encontrar cuando regreses a las aulas. Hace tiempo proponía un pequeño ejercicio para iniciar la reflexión del siguiente periodo lectivo . Te invito a que lo completes a tu regreso a las aulas en enero:
Acabas de iniciar un nuevo trimestre y has vuelto al trabajo en el Centro. Con el fin de mejorar la experiencia educativa te rogamos contestes a las siguientes preguntas:
Alumnos y docentes ¿os habéis encontrado por primera vez como respuesta al sonido de una sirena de centro o habéis buscado encontraros de manera informal antes en la puerta, la calle, los patios, etc.
Al entrar en el aula ¿has encontrado alguna sorpresa, algo nuevo, un motivo para sonreír o sillas, mesas, decoración, etc. seguían igual que las dejaste antes de las vacaciones?
¿Todo ha comenzado comentando que habían hecho los alumnos durante las vacaciones y si habían sido felices?
¿El docente también ha contando sus experiencias personales en estas vacaciones. Dónde ha ido, que ha hecho, etc.?
El inicio del trabajo ha empezado con la pregunta ¿qué te gustaría vivir en este trimestre?
Los alumnos y el docente ¿han expresado que expectativas tienen? ¿estas expectativas se han recogido en algún sitio. Se han escrito, se han guardado como guía de trabajo?. Si esto se ha hecho ¿se han recogido las de todos; alumnos y docente?
Has procurado inyectar ilusión en todos los componentes del grupo para emprender este nuevo viaje que emprendéis los próximos meses?
Al terminar la clase, ¿te has quedado con una sensación agradable. ¿Estás motivado para que el trimestre sea una experiencia educativa que te aporte cosas valiosas gracias a la relación con los componentes de la clase?
Por la noche, tras el día de clase; ¿recuerdas el primer día de clase con cariño, sonrisa, ilusión; o desgana, agobio, apatía?
¿Eres docente o alumno?